Dado que nos vamos todos a la cama muy cabreados, esta noche me vais a permitir un cuentecito que nos ayude a conciliar el sueño:
Érase una vez un enanito de un región del planeta conectada a la Tierra de Fuego.
Era que el enano, del la familia del putognomistramposischarnegus, gustaba de hacer malabarismos prodigiosos con sus pies para los que se valía de castañas, piñones, bellotas, avellanas, nueces, almendrucos y otros frutos silvestres de similar tamaño.
Su familia, admirada de la capacidad titiritera de su nuevo miembrecito juguetón, soñaba con verle triunfar en los mejores espectáculos mediáticos del mundo, más teniendo en cuenta la ternura que en ellos despertaba el carácter taciturno, reservado, mohíno y sin reflejos que tenía el enanín, propio de un gnomito un pelín retrasadillo.
Entonces un día, el hermanito del enano lo grabó en vídeo, ya que aunque la familia fuera pobre, no faltaba la mejor tecnología (sin que podamos explicarnos aún cómo accedieron a ella). Metió sus cintitas de video en botellitas y emprendió un largo viaje a la costa atlántica. Entonces, llenando sus bolsillos de guijarros para que no lo llevara el viento, se asomó bravamente al borde de un abismo y desde la cima del acantilado, las arrojó con fuerza una a una al inmenso océano, llenando su corazoncito de una emoción romántica fruto de la imposibilidad de la empresa.
Pero he aquí que el ángel caído es poderoso, y una de las botellitas, por un acto demoniaco, fue contra todas las corrientes posibles y las leyes de la física a Nueva York, donde un funcionariete la recogió y sin saber qué hacer con ella, la echó al buzón de Unicef para ver si alguien se apiadaba del retrasado de la imagen.
Otra botella fue a parar a la costa normanda. Allí un exjugador de fútbol famoso retirado y metido a gángster, que todo lo comía y lo bebía, pensando que contenía alcohol, se tragó la cinta arruinando casi la obra cinematográfica y el mensaje universal. Por la noche, y mientras otro señor negrito jugueteaba con él, la cinta fue rescatada extrañamente del ano del exfutbolista, debiendo un médico extraerla definitivamente y de una pieza de cierta parte del señor de color.
La siguiente botellita fue a parar a los Emiratos Árabes, y fue recogida por una fundación que la adoró como a un tótem sagrado, ofreciéndoles toda clase de ofrendas económicas en la esperanza de que la divina providencia correspondiera favoreciendo sus trapicheos.
La última botellita que se salvó era de Vichy Catalán, y como la cabra tira al monte y el burro a la nación que representa, aterrizó en una masía donde había un doctor muy bueno y muy sabio, que trataba a los niños con deficiencias físicas y psíquicas, pero sobre todo a los enanos, y que ponía unas inyecciones tan milagrosas que convertían a los guisantes en sandías. Este señor tenía un jefe muy bueno, que se bañaba en champan con señoritas de compañía cada vez que ganaban sus huestes una batalla para celebrarlo, y que luchaba por su país oprimido de forma altruista pero con el sacrificio y abnegación propias de un abogado.
El doctor, que había curado de un sida malo a un mariquita delgadito, calvo y de barbita lampiña, pero que se había pasado un poco con la dosis según los envidiosos médicos italianos, llamó a nuestro enanito, que cruzó el océano en un botecito hecho con media cáscara de nuez, un palillo y media servilleta de papel, pues su familia no podía permitirse un medio menos arriesgado.
Allí su hermanito lo volvió a grabar tratándose con las jeringuillas del buen doctor de la masía. Pero la mala prensa del país enemigo decidió vetar casi unánimemente las obras de arte y los monólogos balbuceantes de nuestro querido protagonista.
Y he aquí que vino el buen doctor, pilotando un cuatrimotor de hormonas, y convirtió a nuestro putognomistramposischarnegus, en un mismísimo nativo de diez generaciones de familia Gasol.
Y el guerrero consiguió muchos de los más grandes torneos del mundo, en beneficio de su tierra adoptiva y en detremimento del vecino pueblo opresor. Y el del sida malo, que era muy bueno, le ayudó mucho pidiéndole al doctor más centímetros y que le curara los tobillitos, que sufrían aún el crecimiento sin par. Y así pudo ganar más batallas limpiamente a sus enemigos. Y cuando no las ganaba, era tal su fama que el mundo entero se reunía para aclamarle y admirarle envuelto en su smoking de folclórica, favorecido por los petrodólares de las democracias liberales de oriente y por el señor francmasón comilón y bebedor, a pesar de que ese año no hubiera ni conseguido volar la cabeza de algún espectador del enemigo.
Y he aquí que nuestro pulgarsito se convirtió en gigante sin miedo, y con las agallas propias del que se ha ganado cada centímetro de crecimiento limpiamente, se enfrentó caballerosamente al malísimo homus lusitanus, y al peor aún homus muñecus vascuencis, e incluso tuvo la hombría de insultar al homus salmantinus delante de su mujer, preñada del enemigo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
En otro orden de cosas, animo al público a comentar la noticia y la desmesurada reacción mediática de censura de este comportamiento que la asquerosa prensa espanyola ha orquestado (en especial desde TVE y Marca):
http://www.abc.es/realmadrid/noticias/20130131/abci-messi-arbeloa-madrid-201301311447.html