He de admitir que no me sorprende el tratamiento que está haciendo la prensa europea en general y española en particular de los hechos ocurridos en Japón durante estos días pasados, probablemente porque soy un tipo bastante cínico y en general mala persona.
Aún así, no deja de levantarse mi ceja izquierda en señal de sorpresa cuando la gran noticia de apertura es que una central nuclear (de cincuenta y cuatro) ha sufrido una fuga radioactiva, y que ha habido que evacuar a la población circundante en un radio de veinte kilómetros. Se advierte además con gran alarde tipográfico y gran despliegue de etiquetas html que cuatro empleados han sufrido diverso grado de exposición a la radiación.
Comprendo que es una situación desagradable para las personas evacuadas, para los cuatro heridos y para cualquiera que pueda ver su vida alterada por este hecho, pero quizá, sólo quizá, no quiero pecar de cínico esta vez, haya que poner las cosas en relación con los hechos que las rodean.
Que una central nuclear (de cincuenta y cuatro) sufra una pequeña fuga durante un terremoto de casi nueve grados Richter y que las medidas de seguridad funcionen para evitar males mayores es, aparentemente y para la extremadamente independiente prensa europea, mucho más grave que la explosión de una industria petroquímica unos kilómetros al sur de la central nuclear, que los miles de pérdidas humanas por el terremoto y el consiguiente tsunami, que las pérdidas económicas y materiales ocasionadas por esta catástrofe natural a todo lo largo y ancho de la costa del Pacífico y que, en fin, cualquier otra de las millones de historias que podrían haber sido titular.
Todo esto me mueve a pensar, una vez más, en las posibles razones para un comportamiento que a nada que se estudie no soporta un análisis racional. Quizá me estoy volviendo «conspiranóico» y me da por pensar barbaridades porque tengo tos y llevo un par de noches mal durmiendo, pero yo me pongo en el lugar de los pobres plumillas y de los esforzados medios de comunicación y tal como están las cosas no diría que no a una propina de los amables chavales de la OPEP por dar más importancia a ciertas cosas que a ciertas otras, sobre todo si ello me asegura que las propinas van a seguir cayendo.
Es que está la vida muy jodidilla, y no se puede andar uno con el bolo colgando. Especialmente si desde nuestro bien amado Gobierno de España están haciendo denodados esfuerzos porque dependamos del gas y el petróleo, sigamos pagando la energía nuclear a los franceses y perseveremos en nuestra ruinosa política energética (aunque para algunos sea tremendamente beneficiosa) orientada hacia las renovables y la «sostenibilidad» (lo que coño sea eso). A lo mejor es que a ellos les cae también alguna propinilla.
Lo dicho, debe ser la falta de sueño.